EL CASCANUECES Y EL REY DE LOS RATONES
EL REINO DE LAS MUÑECAS
Me parece a mi,
queridos lectores, que ninguno de vosotros habría vacilado en seguir al buen
Cascanueces, que no era fácil tuviese propósitos de causaros mal alguno.
María lo hizo así, con
tanto mayor gusto cuanto que sabía podía contar con el agradecimiento de
Cascanueces y estaba convencida de que cumpliría su palabra haciéndole ver
multitud de cosas bellas. Por lo tanto, dijo:
Iré con usted, señor
Drosselmeier, pero no muy lejos ni por mucho tiempo, pues no he dormido nada.
Entonces tomaremos el
camino más corto, aunque sea el más difícil respondió Cascanueces.
Y echó a andar delante,
siguiéndole María, hasta que se detuvieron frente al gran armario ropero del
recibimiento. María quedóse asombrada al 'ver que las puertas del armario,
habitualmente cerradas, estaban abiertas de par en par, dejando al descubierto
el abrigo de piel de zorra que el padre usaba en los viajes y que colgaba en
primer término. Cascanueces trepó con mucha agilidad por los adornos y
molduras, basta que pudo alcanzar el hermoso hopo que, sujeto por un grueso
cordón, colgaba de la parte de atrás del abrigo de piel. En cuanto Cascanueces
se apoderó del hopo, echó abajo una escala monisima de madera de cedro a través
de la manga de piel.
Haga el favor de subir,
señorita, exclamó Cascanueces.
María lo hizo así; pero
apenas había comenzado a subir por la manga, Casi en el momento en que empezaba
a mirar por encima del cuello, quedó deslumbrada por u luz cegadora y
encontróse de repente en una pradera perfumada, de que brotaban millones de
chispas como piedras preciosas.
Estamos en la pradera
de Cande, dijo Cascanueces, y tenemos que pasar por aquella puerta.
Entonces advirtió María
la hermosa puerta que no viera hasta aquel momento, y que se elevaba a pasos de
la pradera. Parecía edificada de mármol blanco, pardo y color corinto; pero
mirándola despues descubrió que los materiales de construcción eran almendras
garapiñadas y pasas, por cuya razón, según dijo Cascanueces, aquella puerta; la
que iban a penetrar se llamaba "puerta de las Almendras y de Pasas".
La gente vulgar llamábala "puerta de los Mendigos", con muy poca
propiedad. En una galería exterior de esta puerta, al parecer de azúcar de
naranja, seis monitos vestidos con casaquitas rojas, te. han una música turca
de lo más bonito que se puede oír, y María apenas si advirtió que seguían
avanzando por un pavimento de lajas mármol que, sin embargo, no era otra cosa
que pastillas muy bien hechas.
A poco oyéronse unos
acordes dulcísimos, procedentes de un bosquecillo maravilloso que se extendía
ambos lados. Entre el follaje 'ver había tal claridad que se vetan p
perfectamente los frutos dorados y plateados colgando de las ramas, de colores
vivos, y éstas y los troncos aparecían adornados con cintas ramos de flores,
que semejaban novios alegres y recién casados llenos de felicidad. Y de vez en
cuando aroma de los naranjos era esparcido por el blando céfiro, que resonaba
en las ramas y en las hojas, las cuales, al entrechocarse, producían un ruido
semejante a la más me diosa música, a cuyos acordes bailaban y danzaban las
brillantes lucecillas.
Qué bonito es todo
esto, exclamó María, encantada y loca de contento.
Estamos en el bosque de
Navidad, querida señorita, dijo, Cascanueces.
¡Ay continuó María, si
pudiera permanecer aquí! ¡Es tan bonito!
Cascanueces dio una
palmada y aparecieron unos pastores y pastoras, cazadores y cazadoras, tan
lindos y blancos que hubiera podido creerse estaban hechos de azúcar y a los
cuales no había visto María a pesar de que se paseaban por el bosque. Llevaban
una preciosa butaca de oro; colocaron en ella un almohadón de malvavisco y, muy
corteses, Invitaron a María a tomar asiento en ella. Apenas lo hizo empezaron
pastores y pastoras a bailar una danza artística, mientras los cazadores
tocaban en sus cuernos de caza; luego desaparecieron todos en la espesura.
Perdone, señorita de
Stahlbaum, dijo Cascanueces, que el baile haya resultado tan pobre; pero los
personajes pertenecen a los de los bailes de alambre y no saben ejecutar sino
los mismos movimientos siempre. También hay una razón para que la música de los
cazadores sea tan monótona. El cesto del azúcar está colgado en los árboles de
Navidad encima de sus narices, pero un poco alto. ¿Quiere usted que sigamos
adelante?
Todo es precioso y me
gusta muchísimo, dijo, María levantándose para seguir a Cascanueces, que había
echado a andar.
Pasaron a lo largo de
un arroyo cantarín y alegre, en el que se advertía el mismo aroma delicioso del
resto del bosque.
Es el arroyo de las
Naranjas.
Respondió Cascanueces a
la pregunta de María; pero, aparte su aroma, no tiene comparación en tamaño y
belleza con el torrente de los Limones, que, como él, vierte en el mar de las
Almendras.
En seguida escuchó
María un ruido sordo y vio el torrente de los limones, que se precipitaba en ondas
color perla entre arbustos verdes chispeantes como carbunclos. El agua
murmuradora emanaba una frescura reconfortante para cl pecho y el corazón. Un
poco más allá corría un agua amarillenta, más espesa de un aroma penetrante y
dulce, y a su orilla jugueteaban una multitud de chiquillos, que pescaban con
anzuelo, comiéndose al momento los pececillos que cogían. Al acercarse, observó
María que los tales pececillos parecían avellanas. A cierta distancia
divisábase un pueblecito a orillas del torrente; las casas, la iglesia, la
rectoral, las alquerías, todo era pardusco, aunque cubierto con tejados
dorados; también se velan algunos muros tan bonitamente pintados como si
estuviesen sembrados de corteza de limón y de almendras.
Es la patria del Alajú,
dijo Cascanueces, que está situada a orillas del arroyo de la Miel; ahí habitan
gentes muy guapas, pero casi siempre están descontentas porque padecen de
dolores de muelas. No los visitaremos por esta razón.
Luego divisó María una
ciudad pequeña, compuesta de casitas transparentes y claras, que resultaba muy
linda. Cascanueces dirigióse decididamente a ella y María escuchó un gran
estrépito, viendo que miles de personajes diminutos se disponía a descargar una
infinidad de carros muy cargados que estaban en el mercado. Lo que sacaban
aparecía envuelto en papeles de colores y semejaba pastillas de chocolate.
Estamos en el país de
los Bombones, dijo Cascanueces, y acaba de llegar un envío del país del Papel y
del rey del Chocolate. Las casas del país de los Bombones estaban seriamente
amenazadas por el ejército que manda el almirante de las Moscas, y por esta
causa las cubren con los dones del país del Papel y construyen fortificaciones
con los envíos del rey del Chocolate.
Pero en este país no
nos hemos de conformar con ver los pueblos, sino que debemos ir a la capital.
Y Cascanueces guié
hacia la capital a la curiosa María.
Al poco tiempo notó un
pronunciado olor a rosas y todo apareció como envuelto en una niebla rosada.
María observó que
aquello era el reflejo de un agua de ese color que en ondas armoniosas y
murmuradoras corría ante sus ojos. En aquel lago encantador, que se ensanchaba
hasta adquirir las proporciones de un inmenso mar, nadaban unos cuantos
hermosos cisnes plateados, a cuyos cuellos estaban atadas cintitas de oro y
contaban a porfía las canciones más lindas: y en las rosadas ondas, los
pececillos diamantinos iban de un lado para otro, como danzando a compás.
¡Ah! exclamó María
entusiasmada. Este es un lago como el que me quería hacer el padrino Drosselmeier
en una ocasión, y yo soy la niña que acariciaría a los cisnes.
Cascanueces sonrió de
un modo más burlón que nunca y dijo:
El tío no sabría hacer
una cosa semejante; usted quizá sí, querida señorita de Stahlbaum... Pero no
discutiremos por esto; vamos a embarcarnos y nos dirigiremos, por el lago de
las Rosas, a la capital.